Eterno

Una vez más, tirada en el suelo contemplando el blanco tejado de la sala, contando las manchas de humedad formadas en distintos puntos y mirando fijo a la lámpara de techo encendida, ciego mi vista con tan deslumbrante luz, para ocultar la imagen de la agonía.

El silencio desquiciante es débilmente enfrentado por óperas distantes, interpretadas como vítores gloriosos por ,,Los Grandes", sin duda, Pavarotti, Callas y demás cantantes estarán incluidos en ése volumen compilatorio de las mejores óperas.
Por suerte no es muy de mañana, pero tampoco ha caído la tarde, así que la casa está completamente a solas, salvo por los espíritus de esos Grandes y por ésta triste alma en pena postrada en el frío piso de la sala.

A mi lado, un pedazo de vidrio, deforme debido a la imprecisión del impacto que causó se rompiera el gran bloque original que causó su surgimiento. Al lado mío, decía, en el suelo, tocado apenas por un par de dedos indecisos que acarician de vez en vez el filo de aquél vidrio impávido e inerte, con unas pocas gotas de sangre deslizándose de una leve herida, que apenas si se ve, justo en el dedo índice derecho.

A mi izquierda, cobijada en mi mano, una hoja de papel en blanco, con algunos rayones inexactos hechos con tinta negra, la misma tinta contenida en el bolígrafo situado a unos cuantos centímetros de mi mano.

Sola ahí, esperado un puñado de inspiración, una chispa que encienda el último furor de una vida que está por esfumarse; Pero nada pasa.. toda mi mente en blanco total.
Ahora, la suave y relajante agonía me hace presa de la desesperación al escuchar pasar ópera tras ópera sin nada en qué pensar más que tratar de descifrar algunas frases de sus letras en Italiano, Francés o Alemán.
Si bien es verdad que conozco al menos un poco de dichos idiomas, me resultó siempre muy difícil reconocerlos cuando eran hablados por terceros, y más en canciones.

Sólo en esto se me iba el tiempo, tentada por el porvenir de mi desgracia en arrancar el último suspiro de mi vida de una vez por todas, pero frenada por un ápice de conciencia aún vigente en mi mente. Desquiciada, sabiendo que pronto volverían a la casa por mí, intentaba apresurar mi mente a que algún argumento ingenioso se le ocurriese; ¡Pero aún continuaba en blanco total!.

Intenté recordar algunos argumentos de los Grandes Escritores, o de los más despreciables -Ambos siempre me daban un buen tema para pensar- y a partir de ahí enlazar una reflexión con otra hasta alcanzar un soliloquio sublime, digno de representar mi escencia a mi partida, pero aún, nada penetraba en mi mente. Todas aquellas magníficas frases memorizadas al instante otrora, se habían marchado de mi pensamiento, sin dejar ni una ínfima huella para rastrearlas de vuelta.

Así estaba la situación, pues, un alma en pena tratando de ahogar su sufrimiento con la misericordiosa mano espectral de la muerte, que me guiaría a mi última morada, esperando un rayo de inspiración que iluminara mi mente en ése momento tan crucial, inspirada por las mágicas notas de gloriosas óperas, tan cruelmente castigada por siquiera pensar en huir de todo el dolor de esa forma tan poco honrosa, tan cobarde y simplista, castigada, me refiero, sin poder siquiera terminar con el suplicio, castigada sin poder escribir ni una oración para mi soliloquio final, y atormentada por el Aria de la Reina de la Noche que parecía dirigirse a mí con esas penetrantes notas tan agresivas y vehementes.

Comenzaba mi delirio final, la inmersión inminente en la locura profusa y perpetua, hasta que el sonido de la puerta de enfrente me despertó de nuevo a la realidad con tanta rapidez que parecía que aún seguía atrapada en mis pensamientos.
Me levanté, entonces, de el suelo de la sala, recogí el trozo de vidrio de que escurrían ahora abundantes gotas de sangre, y mi dedo, ensangrentado a su vez con una herida mucho mayor y más profunda, pues sin caerme en cuenta, frotaba mi dedo contra la esquina afilada del vidrio, una y otra vez, hasta provocar que mi herida acrencentara, y ocurriendo por consiguiente, un sangrado más fluído, lo cual causó que algunas gotas mancharan el suelo de la sala.
Tomé el vidrio, decía, limpié con la mano como pude la sangre, tratando de eliminar cualquier resíduo, arrugué la hoja de papel con la mano, hasta que terminó dentro de mi puño como una bola irreconocible del mismo material, levanté el bolìgrafo que seguía intacto, dí algunos pasos hacia la ventana, rectificando que quien se acercaba podria pifiar mis planes; Mis pensamientos fueron confirmados.
Subí, entonces, la escalera hasta mi habitación, oculté el trozo de vidrio en un cajón, donde yacía el resto del vidrio que se había roto días antes para éste propósito, arrojé la bola de papel bajo la cama y el bolígrafo le siguió haciéndole compañía a su vez. Tomé un pañuelo usado para desempolvar el monitor de mi computador y limpié un poco la sangre; La herida no sedía y seguía emanando más y más sangre, así que coloqué una banda adhesiva en la herida, esperando que no aumentara más el flujo de sangre, por lo menos hasta que pudiera curarla de mejor modo.

 En ése momento, justo después de colocar la banda adhesiva en mi mano, sentí un gran mareo que estremecía mi cuerpo en su totalidad, al siguiente momento, caí al suelo, desmayada, y sin mucha vida corriendo por mis venas.

 No lo sé con mucha certeza, y jamás lo sabré muy bien, pero después de ése lapso de conmoción en mi ser, caí al suelo, para no levantarme jamás. En el suelo se ciñe una sombre inerte, que muchos años atrás poseía una singular vivacidad. Ahora, condenada estoy, a purgar mi condena eterna, merced a mi indesición, viviendo por siempre, atrapada entre las horas del reloj, tirada en el suelo, mirando el blanco lienzo que es el tejado, contemplado las manchas de humedad, sosteniendo con un ligero temblor en las manos, un trozo de vidrio en una mano, y una carta en blanco en la otra, mirando fijo pasar el reloj, hora tras hora. 

 Así por siempre, así eternamente, hasta hallar mi solución, y encontrar la salida a ésta condena maldita...

Nunca miré la luz, ni la esperanza... La vida no tenía sentido para mí, & aún no encuentro mi razón de ser, y sé que no la encontraré, pero debo mantener los ojos abiertos & la mente despierta, nunca se sabe cuando se disolverán lentamente en el aire... Dejando tu cuerpo inerte en el suelo; Un letárgico sueño del que no despertarás, jamás...

Ahora es hora de irse, no fingas hipocresía y sólo di adiós...

IBSN: 20-04-4530-23